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Las otras caras de Sacyl (I)

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JanoUno de los deportes favoritos de los políticos es presentar sólo aquellas facetas de la realidad que más les favorecen. A veces con objetivos meramente electorales, siguiendo las consignas del asesor sociológico del partido. A veces para quedar bien delante de sus jefes -todos tienen jefes-, a ver si eso les allana el camino para ascender en su carrera, donde la competencia es implacable. A veces para no quedar mal delante de la opinión pública -a la que temen como a un nublado- porque un desliz aireado en los medios acaba con cualquier hoja de servicios, por brillante que sea hasta el momento. Se esfuerzan al máximo -eso hay que reconocerlo- para resaltar sus aciertos, que siempre son propios, y ocultar sus errores, que siempre -como es lógico- son de otros.

Me pone muy nervioso contemplar cómo pintan panoramas bucólicos, en tonos pastel, donde no se ve una sombra. Sobre todo porque uno sabe que detrás hay mucha mugre, mucho desorden, mucha desidia, mucha puñalada trapera y, normalmente, mucha incompetencia. Los mundos de Yupi que cuentan a los ciudadanos poco tienen que ver con la cruda realidad, trufada de problemas y dificultades, de errores y de mentiras -a veces “piadosas”-, de esfuerzo más allá del deber de unos y de ineficiencia más allá de lo tolerable de otros. La vida misma, vaya.

Por centrarnos, lo que pasa en un hospital, en un centro de salud, en una consejería de sanidad o en el ministerio del ramo no es distinto de lo que pasa en cualquier familia, en cualquier comunidad de vecinos, en cualquier empresa o en cualquier asociación deportiva. Un antiguo jefe mío lo resumía perfectamente: “Somos los mismos”. No somos mejores quienes trabajamos en el el sector sanitario que quienes lo hacen en la televisión o en una concesionaria de autopistas. Ni peores.

Lo que nos hace falta es darnos cuenta. Y dejar de engañarnos y de tratar de engañar a los demás. Algunos más que otros.

- Sí que estás optimista hoy, dirán. Sin embargo, a pesar de todo, no estoy especialmente pesimista. Supongo que mis expectativas no son muy grandes. Otra cosa son mis deseos, que procuro no confundir con aquellas. En la mayoría de los casos, lo que me gustaría no tiene nada que ver con lo que realmente ocurre. Y no voy a deprimirme por ello.

- Y todo este rollo, y ese título ¿a qué vienen?, preguntarán. Pues a que cada vez estoy más convencido de que si algo nos hace falta es transparencia. No al estilo wikileaks o Snowden, con gran aparato mediático. Más sencillamente, llamando al pan, pan, y al vino, vino.

¿Por qué no se va a poder decir que el pasillo de la planta -1 de mi hospital (donde están parte de los vestuarios, almacenes, mantenimiento y la cocina) está hecho una cochambre? Lo está. ¿O que ha habido graves fallos en la custodia de las historias clínicas, de papel y electrónica? Los ha habido. ¿O que la calidad asistencial, la de la formación, o la investigación no son una prioridad? No lo son. ¿O que la gestión del personal en algunos servicios -entre ellos el mío- es difícilmente empeorable? Lo es.

Si mi jefe de servicio se prestara -cosa que no creo que haga, entre otras cosas porque no es de la cuerda ideológica de la dirección- a vender en una rueda de prensa,  la magnífica tecnología -que lo es- del sistema automatizado de análisis, los lectores podrían sacar la conclusión de que somos un centro puntero al servicio de la salud de los ciudadanos y envidia de los vecinos. Pero eso sería porque en esa rueda de prensa, lógicamente organizada para presentar la cara amable y positiva del sistema, no se mencionarían, claro está, la cantidad de errores que se dan todos los días en todas las fases del proceso analítico, los problemas aparentemente irresolubles de logística y suministros, el descontento y desmotivación del personal técnico y facultativo, y la triste realidad del desinterés de la dirección por el trabajo que hacemos y su calidad.

Miren: cuando da igual que un servicio cierre durante cuatro días, da igual que cierre durante cuarenta. Si da lo mismo que el trabajo se saque adelante a todo correr -porque, lamentablemente, no tenemos lista de espera- con la plantilla mermada y desequilibrada por una gestión enloquecida, en lugar de priorizar la calidad del mismo, da lo mismo lo que ponga en los informes que firmamos. Aunque a algunos nos importe (aquí mis expectativas están muy lejos de mis deseos)

La otra cara de la realidad -la fea y desagradable- es la que los políticos no quieren ni ver. A no ser que estén en la oposición, para usarla como arma arrojadiza. Puede que algunos tengan más pronto que tarde la ocasión de cambiar de punto de vista (y que las expectativas se aproximen a mis deseos).


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